En muchos libros podemos encontrar que el motivo de crear una empresa y la principal misión de sus directivos es crear valor para los accionistas, pero quizás esto no sea del todo cierto…
A principios del siglo XX se fundó la Harvard Business School (HBS) con el propósito de impartir formación sobre la administración y dirección de las empresas, creando un programa que se denominó MBA (Master in Business Administration), con el objetivo de que la gestión de empresas fuera una profesión como la medicina o el derecho. Los fundadores creyeron relevante que los profesionales de la dirección vivieran la vocación de servicio, la regulación ética y el conocimiento especializado propios de una profesión, ya que su mayor temor era que los participantes del MBA se dedicaran como directivos solamente a ganar dinero. Años después, se fueron olvidando los ideales de los fundadores de HBS y surgió la teoría de que el directivo era un representante de los accionistas y que su único deber y responsabilidad era hacia los accionistas, lo cual marcó un camino en el que consultores y directivos tradujeron estas teorías y las resumieron en aquella frase que dice que «el fin de la empresa es crear valor para los accionistas». ¿Cuál de las dos teorías sería la más correcta?
A raíz de la última crisis que hemos sufrido y los escándalo de corrupción que se repiten periódicamente, han surgido dudas sobre cuál de estos dos modelos es realmente sostenible en el tiempo y, además, aparece el dilema entre la visión de una empresa dedicada a responder únicamente a los accionistas y la de una empresa que también responde ante la sociedad en su conjunto. Es sano e importante ganar dinero y ser una empresa rentable, pero si el único objetivo que mueve a una empresa es el de ganar dinero, es probable que más pronto que tarde aparezcan los problemas, ya que la prioridad debería ser satisfacer al cliente. Si se antepone el dinero al cliente, se puede caer en una visión cortoplacista que puede reportar beneficios durante un tiempo, pero que acabará perjudicando al negocio. De igual manera, si los servicios prestados no se realizan con la suficiente rentabilidad, la empresa tendrá una difícil viabilidad. No todas las empresas tienen como objetivo hacer las cosas bien para que los clientes estén satisfechos, permitiendo establecer una relación de confianza que perdure en el tiempo y asegurando la sostenibilidad futura de la compañía.
El capital humano y las empresas de éxito
Para que una empresa tenga éxito, es necesario ofrecer valor, no solo al accionista, sino también al cliente final, y eso se consigue, entre otras formas, mediante servicios diferenciales y adecuados a las necesidades de la demanda. Sin embargo, no es tan importante el hecho de tener una idea buena, ya que cualquiera la puede replicar, sino la forma de ponerla en práctica. En un mundo globalizado y donde la información corre a la velocidad de la luz, las ideas innovadoras se dan a conocer a toda velocidad y todos los agentes son conscientes de ellas. Lo que marca la diferencia es la forma de implementar las ideas, y eso lo marcan las personas y la cultura de cada empresa. Este es el motivo de que el equipo humano sea clave en las empresas, ya que son las personas las que marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso. Las empresas viven del talento de sus empleados y colaboradores, ya que cada persona es un embajador de la compañía y sirve de interfaz con el cliente para transmitirle su saber hacer.
Dirigir una empresa es una labor complicada y hay que tener en cuenta a los accionistas, que buscan una rentabilidad, a los clientes, que buscan la satisfacción de sus necesidades y a los empleados, que son la empresa y buscan no solo la compensación a su esfuerzo, sino su realización personal y profesional.